viernes, 31 de agosto de 2012

Un Poquito de ternura, por favor...

No importa qué cualidades sicológicas pueda tener una persona, un corazón abierto siempre es tierno. Esa ternura puede encontrar su expresión en una mirada, en un gesto, en el tono de la voz y hasta en un silencio. La vida moderna, con sus prisas y su atención puesta en la producción y obtención de bienes materiales nos aleja del sentir del corazón y nos da la impresión de que la ternura se ausentó de nuestras vidas. Sin embargo, el amor habita el corazón humano que sigue siendo bueno. Cuando no hay ternura tendemos a ser ásperos. Parece que en vez de piel tenemos una lija, nos herimos cada vez que nos tocamos y sufrimos porque maltratamos a aquellos a quienes queremos. Soy de las que piensa que no hay paz en el mundo porque no hay paz en los hogares. Y es allí en donde puede florecer la ternura y desde donde puede expandirse hacia el mundo. No hay otro camino. Cuando el sentimiento que une a los seres proviene del mundo de deseos, se demuestra como afecto. Y el afecto nos afecta imponiéndonos obligaciones y haciéndonos esperar siempre algo a cambio. El Maestro D.K. lo define como el espejismo del sentimiento que hunde a mucha gente buena en las brumas del plano astral. Pero cuando el amor proviene del alma no impone condiciones, es una corriente de vida abundante, como un manantial que enriquece todo lo que toca, que nunca aprisiona y en su núcleo es pura ternura. Miremos más de cerca nuestras relaciones cotidianas y si encontramos asperezas, trabajemos arduamente para cambiarlas. Cada relación áspera es una fuente de dolor y un contaminante del ambiente psicológico del lugar donde se expresa. Deja que la energía del corazón fluya a torrentes convertida en ternura, y envuelve con ella a tu familia, a la del vecino, a la comunidad, a la nación, al planeta. No le añadas al mundo más asperezas de las que ya contiene. La transformación mundial depende de la transformación de cada uno de nosotros. ¿Me podrías dar un poquito de ternura, por favor? Si estuviéramos más atentos podríamos leer esa petición en la mirada de nuestros hijos, hijas, esposos, esposas, madres, padres, seres queridos… Se trata de comunicarnos desde lo que somos, desde la fuente misma de vida y conciencia y desde ahí, establecer las relaciones. Las personalidades, cuando están alejadas del alma critican, dividen, reclaman y nunca se satisfacen. El alma comprende, une, se ofrece a sí misma en bien de los demás y se conforma simplemente con amar. La fuente del verdadero amor está dentro de ti, en tu alma, en tu dimensión divina. Conéctate contigo mismo y desde allí derrama todo el amor a aquellos que la vida ha puesto a tu lado. Hay un sinsentido que agobia a gran parte de la población que busca llenar su vacío existencial con cosas. Por más que el humano quiera encontrar en el tener su sentido de vivir, no lo logrará, simplemente porque ahí no está. Por más que compremos y tengamos cosas y cosas, el sentido de la vida está en el amor. Y el amor es dar y darse en bien de los demás. Si podemos compartir la mesa, el dolor, los problemas, la alegría, nos sentimos contenidos y esa contención es el regalo más grande que podemos recibir y darle a nuestros seres queridos. Esa contención nos da la fuerza para afrontar los retos con entereza, solucionar los solucionables y crecer sobre aquellos que no podemos cambiar. Perdonemos sin juzgar, como nos enseñó el Maestro Jesús. El perdón aflora natural cuando nos damos permiso, unos a otros, para equivocarnos. Cuando reconocemos que el hermano, la hermana hace lo mejor que le sale y si le sale mal es probable que sufra. ¿Cómo castigarlo, entonces, con un juicio, resentimiento, crítica, enojo? Si no aprendemos a vivir perdonándonos unos a otros, ¿cómo pretender que los pueblos se perdonen, que las naciones se perdonen y curen sus heridas? La varita mágica que transformará este mundo está en el corazón, en ese núcleo de luz que todos tenemos dentro, en donde habita la Llama del Espíritu, ese pedacito de Dios que todos compartimos. Permite que aflore y colore tus actividades diarias. No tienes que esforzarte, porque sale natural cuando das de aquello que tienes adentro, cuando te das a ti mismo, cuando te ofreces. ¿Qué otra cosa, realmente, puedes dar? Una sonrisa a tiempo, una mirada de amor, un “estoy contigo”, una comprensión ante los errores cometidos y la vida se enriquece, porque le permites que exprese plenamente su esencia que es el amor y su lenguaje, la ternura. La nueva civilización que todos esperamos tendrá una cultura, la cultura del alma, que es la cultura del amor, que es la cultura de la paz. Su dirección es la unidad, la cooperación, la solidaridad, la hermandad. Ése es nuestro destino, o no tendremos destino, porque el propósito de este mundo es expresar la divinidad en la dimensión material y nuestro Dios es un Dios de Amor. ¿Podrías darle a la vida un poquito de ternura? El Dios del Universo te lo agradecerá porque cuando eres tierno, es Dios mismo, que a través de ti, expresa Su Amor. Desde las profundidades del alma, Carmen Santiago "La espiritualidad no se limita a los ejercicios denominados espirituales: la meditación, la oración… En realidad, cualquier actividad de la vida cotidiana puede ser espiritualizada si se sabe introducir en ella un elemento divino. Y a la inversa, la oración, la meditación o toda otra actividad llamada «espiritual», puede convertirse extremadamente prosaica si no está animada, sostenida por una idea sublime, un ideal superior. La espiritualidad no consiste en descuidar o menospreciar el mundo material, sino en esforzarnos siempre en actuar con la luz y para la luz. Sólo con esta condición, incluso la actividad más ordinaria puede servir para elevarnos, para armonizarnos, para unirnos al mundo divino." Omraam Mikhaël Aïvanhov

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